Ermita de San Miguel y Barrio de la Estación

Ermita de San Miguel y Barrio de la Estación

Ermita de San Miguel y barrio de La Estación

La llegada del ferrocarril y la construcción de la estación en el último tercio del siglo XIX animaron la llegada de industrias y bodegas que trajeron consigo diversos edificios de interés, entre otros, la ermita privada de San Miguel.

La pequeña capilla de San Miguel Arcángel, de propiedad privada, se ubica junto a la casa de la familia Santa Cruz, en las inmediaciones de la estación de ferrocarril. Se trata de una ermita neogótica, levantada en el siglo XIX, de propiedad privada. La capilla se levantó en las mismas fechas en que el resto del barrio de la estación, a finales del XIX, cuando la llegada del ferrocarril y la construcción de la estación reactivaron la economía y la industria en Morata.

Se intensificó, sobre todo, la producción vinícola y su comercialización, de lo que dan fe las bodegas construidas en las proximidades de la estación, que todavía existen hoy: Bodegas Jaime, Bodegas Mariano de Val, Bodegas Serrano, Bodegas Domínguez…

Del antiguo molino de alcohol, que existía al menos desde finales del siglo XVIII, se pasó al establecimiento de alcoholeras, de las que sobresalió la Alcoholera Domínguez, hoy perteneciente a Bodegas Jaime y en desuso desde hace décadas. También destaca en el skyline de Morata la chimenea de la vieja Alcoholera Garzo.

Las grandes bodegas, que daban salida no solo a la producción vitivinícola de la localidad sino a la de una amplia área circundante (sobre todo en las primeras décadas de funcionamiento de su vía férrea, cuando todavía no estaba construida la línea de Cariñena, y a comienzos del siglo XX, tras haber superado los estragos de la filoxera), son en cierta medida herederas de aquellas viejas alcoholeras. Sus grandes edificios, que constaban en su planta baja de las instalaciones dedicadas a la elaboración, conservación y almacenamiento de los vinos, y en la alta de las amplias viviendas de sus propietarios, fueron el emblema de una nueva época para Morata. Una época próspera y que definitivamente manifestaba haber dado al traste con las viejas fórmulas señoriales, sustituidas por un nuevo dinamismo económico. La producción alfarera, de gran tradición en la localidad (recordemos que de siglos atrás habían existido tejerías y artesanos escudilleros, que fabricaban vajilla de uso común y que contaron con un molino de barniz para esmaltar sus producciones), también jugó su papel, reconvertida en una fábrica de ladrillos; y lo mismo la producción oleícola, que también tuvo salida mediante establecimientos aceiteros, herederos igualmente de los viejos molinos.

Arquitectónicamente, uno de los edificios más vistosos e interesantes es el de Bodegas Domínguez, de gran prestancia tanto por sus volúmenes como por la concepción de su fachada, precedida de una escalinata con balaustres que conduce, formando un trazo curvo, de la planta baja hacia los pisos altos de vivienda, precedidos por una amplia terraza. Son destacables sus seis vanos (la puerta principal y cinco ventanas), decorados por una moldura de yeso resaltada, apoyada sobre ménsulas con motivos vegetales y con la clave destacada mediante una hoja de acanto. La fachada culmina en un frontón rematado en forma de arco de medio punto, que aloja un óculo moldurado con un racimo de vid. A su alrededor, en letras resaltadas, figura el nombre de la bodega. La planta baja va precedida por un porche que apea en finas y sencillas columnas. El edificio está datado en los años 20 del siglo pasado.

Próximos a este edificio, y más cerca del acceso a la estación, se encuentran los establecimientos de Bodegas Jaime y Bodegas Mariano de Val, adosadas unas a otras. Las primeras anuncian su prestigio y antigüedad desde la fachada, donde se reprodujeron, con orgullo, las medallas ganadas por sus productos en las exposiciones internacionales de París (1867), Aragonesa de 1868 y Vinícola de Barcelona de 1877, aunque no fueron las únicas. La parte delantera del edificio ostenta, junto con estas reproducciones, el nombre de la bodega. Es una fachada sencilla, con numerosos vanos pareados en dos pisos, los del central abalconados, rodeados por una sencilla moldura de yeso (resaltada mediante la pintura) y con pilastras que la dividen en tres cuerpos. Al interior se dispuso un patio central, abierto, con arcos de medio punto en dos alturas y rodeado por las naves de la bodega. Los impulsores del establecimiento fueron los hermanos Burbano, de larga tradición bodeguera en la localidad. El edificio data de la segunda mitad del siglo XIX.

A su lado se encuentran las Bodegas Mariano de Val. Aunque de similar estructura arquitectónica que las precedentes (instalaciones productoras en la planta baja y vivienda en las dos superiores), configura un conjunto de edificaciones más amplio, en el que se engloba una capilla privada erigida a principios del siglo XX. Esta última, en ladrillo rojizo para los paramentos y amarillo para las esquinas y resalte de los vanos y portada, pese a sus pequeñas dimensiones presenta cierto interés; historicista, neogótica, es de composición sencilla y testero recto. Al interior son destacables su cubierta de bóveda de arista y su retablo neogótico, además del púlpito de madera colocado en la cabecera. Cuenta también con una pequeña capilla lateral, asimismo dotada de un retablo de similar factura. En cuanto a la fachada de la bodega-vivienda, su interés radica en la composición de los vanos, adintelados y abalconados, con remate en madera calada, y en el sencillo alero, también de madera, taraceada.

Alejada de este pequeño núcleo pegado a la parte trasera de la estación, se encuentra el edificio de Bodegas Serrano. Es una construcción singular, del primer tercio del siglo XX, que no parece una bodega sino una nave industrial destinada a otros usos. De hecho, se destinó a otros usos muy poco tiempo después de su construcción, tras la Guerra Civil, en que se adaptaron sus instalaciones a la función de cámaras frigoríficas, necesarias para almacenar mercancías perecederas que esperaban su embarque en la estación; contó para ello con un terminal de vía propio. Es una nave de planta rectangular y tres alturas, con cubierta a dos aguas y vanos seriados, adintelados, en sus fachadas laterales, mientras que la parte que da al pueblo muestra un balcón con tres tramos de perfil semicircular. En los lados cortos remata en frontones escalonados, con pináculos piramidales.

 

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte

Palacio de los Condes de Argillo

Palacio de los Condes de Argillo

Palacio de los Condes de Argillo

Morata de Jalón posee uno de los monumentos del barroco civil más importantes de Aragón. Su palacio, junto con la iglesia de Santa Ana, configuran el auténtico corazón de la villa.

El Palacio de los Condes de Argillo fue construido entre 1671 y 1677, un récord asombroso dadas sus dimensiones. Tiene una planta en forma de H, con un cuerpo central muy desarrollado en el que se distribuyen las princi­pales estancias y salones, y dos alas laterales que hacia adelante forman los lados de la plaza y que rematan en sendas torres, mientras que hacia atrás abrazan un pequeño jardín privado.

Estamos ante un edificio espectacular, uno de los más importantes de la arquitectu­ra civil de todos los tiempos en Aragón, que inauguró el estilo barroco en los edificios civiles de estas tierras y que tiene un senti­do escenográfico clarísimo. Erigido en ladrillo sobre un zócalo de piedra, presenta una gran fachada principal de tres alturas, centrada por la portada principal en arco de medio punto, aun­que el elemento que le confiere una mayor personalidad es el alero: se trata de una galería de óculos que rematan la fachada y que está poblada de figuras en yeso que recuerdan a los masca­rones de proa o a las gárgolas medievales. Son, como éstas, fantásticas y variadas, aunque no tienen más función que la decorativa. En total hay 58 figuras, a cual más interesante, curiosa o bella.

 El palacio ha sido restaurado en parte –cubiertas, fachada principal y ala derecha- y en la actualidad acoge en la zona recuperada diferentes servicios municipales, mientras que la zona más monumental está pendiente de restauración. Destaca en primer lugar su escalera monumental, de tres ramales, el central de los cuales nos conduce al jardín, situado a un nivel más bajo, mientras que por los laterales se asciende a la planta noble. La bóveda de esta escalera, de lunetos y decorada en yeso en su color, es magnífica.

Hay numerosas salas destacables, que se suceden unas tras otras y se intercomunican mediante escalerillas interiores, camufladas, hasta crear un auténtico laberinto. Pero la más bella es la denominada Salón Pintado o Salón Dorado, lujosa estancia decorada con pinturas murales (algunas, en realidad, son pinturas sobre lienzo clavadas) y labores de yeso policromado en su gran bóveda. El conjunto es espectacular y está presidido por la repetición casi obsesiva de las armas de los Sanz de Cortes, como si su promotor quisiera dejar claro machaconamente ante los demás que había alcanzado el estatus de aristócrata. El extraordinario salón no da a la plaza, sino al jardín, detalle intimista que nos habla de la distinción que se hacía entre las áreas privadas del palacio y las dedicadas a aparato, distribuidas hacia la plaza.

 Son muy interesantes también las caballerizas, con sus bóvedas de crucería sobre pilares, y la falsa o granero, justo bajo el tejado, donde se conservan aún las pintadas de los soldados que estuvieron allí alojados durante dos guerras: la de la Independencia y la Civil. El ala derecha que cierra la plaza por ese lado, por su parte, fue concebida en su planta baja como una lonja abierta para celebrar allí el mercado. Durante muchos años ha permanecido cerrada y recientemente se ha recuperado su formato original.

 

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte

 

 

Iglesia de Santa Ana

Iglesia de Santa Ana

Iglesia parroquial de Santa Ana

La iglesia parroquial de Santa Ana se ubica en la plaza del Palacio y data del siglo XVII. No obstante, al construirse el Palacio de los Condes de Argillo, el templo fue objeto de reformas, con el fin de integrarlo en el conjunto.

Fundada por la condesa Ana Martínez de Luna y Manrique en 1633, para dar servicio a la más abundante población cristiana que empezó a llegar a la villa tras la expulsión de los moriscos, fue concluida diez años después. Sería, sin embargo, muy reformada en los años 70 de ese siglo a la par que se construía el palacio, pues el señor de Morata quiso que el templo estuviese unido física, visual y simbólicamente a él.

De la obra original se conserva el cuerpo de naves y el crucero, la fachada principal con su portada, de un barroco tan clasicista en ladrillo, y el cuerpo bajo de la torre, en mampostería. A la fase de la reforma corresponden el presbiterio (que aún sería ampliado en el siglo XIX, dándole mayor profundidad), las bóvedas, la sacristía y, al exterior, la fachada que da a la plaza, con su balconada en doble arco sobre columna dórica, más la nueva portada que se abrió por este lado, y los cuerpos superiores de la torre, rematados por un vistoso cupulín de tejas vidriadas en azul. Al interior es una iglesia muy amplia y luminosa, característica acentuada por hallarse sus muros y bóvedas completamente pintados en blanco o colores muy claros, neutros. Los condes tuvieron conexión directa con este espacio a través de una tribuna en alto desde donde asistían a los oficios religiosos, hoy convertida en celosía. Puede verse en lo alto en el muro de la Epístola (la derecha según se mira al altar), en le primer tramo de la cabecera, junto al crucero.

Conserva buenos retablos de los siglos XVII y XVIII. El mayor es el de mayores dimensiones y calidad: está dedicado a la titular, Santa Ana, y está compuesto por una decena de lienzos pintados sobre una mazonería clasicista de madera sobredorada. Presidió la iglesia antigua, esto es, es una obra anterior a la reforma impulsada por Sanz de Cortes. También es muy hermoso el retablo del Santo Cristo, datado asimismo en el siglo XVII.

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte

Ermita de Santa Barbara

Ermita de Santa Barbara

Ermita de Santa Bárbara

En el cerro del castillo se halla la Ermita de Santa Bárbara, heredera de la fortificación que allí hubiera, desde la que es posible disfrutar de vistas panorámicas incomparables.

La ermita de Santa Bárbara, heredera de la fortificación que hubo en el mismo lugar, es un edificio muy extraño. Sometido a reformas y adiciones en diferentes etapas, al exterior tiene un aspecto como de torreón rectangular con el piso bajo, que es el que constituye propiamente la ermita, semiexcavado en el terreno, ahondado en el propio cerro. Al interior encontramos un espacio abovedado, reforzado con arcos fajones de perfil apuntado, de aspecto rudimentario como corresponde a cualquier edificación rupestre. Las paredes, arcos y bóveda están lavados con una sencilla capa de yeso. Al fondo, a mano izquierda, una puertecita conduce a una reducida estancia de planta cuadrada, con paredes de aparejo muy irregular y cubierta con una cúpula hemiesférica de ladrillo, abierta en el centro. Esta cúpula apea sobre pechinas y descarga el peso sobre arcos del mismo material que descansan en las cuatro esquinas. En el lado norte hubo un acceso con escaleras, hoy cegado, del que solo se conserva el arranque, cubierto con bóveda de ladrillo por aproximación de hiladas. Su función es, hoy por hoy, una incógnita: no se sabe adónde podría conducir.

Al exterior cuenta con un porche moderno. Las paredes están hechas a base de mampostería entreverada con hiladas de ladrillo, que es asimismo el material que refuerza las esquinas. El conjunto remata con una espadaña escalonada, también moderna.

Da la impresión de que se trata de un edificio reaprovechado, al menos en su parte baja. Aunque no puede asegurarse que aquí ocurriera lo mismo, fue habitual que tras la reconquista de una localidad musulmana, el nuevo poder cristiano adaptara los edificios existentes para sus propios usos militares o religiosos, y que en el ámbito rural se construyeran pequeñas iglesias junto a las fortalezas, en el típico binomio medieval iglesia-castillo que caracterizaría a los enclaves cristianos. Pudo ser, pero solo pudo ser, que en este caso se aprovechara la parte baja de un recinto defensivo que no solo ocuparía la cima del cerro sino también su parte baja, para establecer allí una iglesia hoy dedicada a Santa Bárbara.

Frente a la entrada de la ermita hay una pequeña explanada que se asoma a un terraplén; seguramente, en época islámica el castillo mantendría un espacio vacío a su alrededor, de seguridad, defendido seguramente por muralla, que serviría de refugio a la población en caso de peligro. De hecho, hasta la actualidad sigue sin haber viviendas en la parte alta del cerro, y tan solo se aprecia la existencia de pequeñas bodegas excavadas en la tierra, hoy arruinadas.

La ermita cuenta con un retablo barroco de escultura dedicado a Santa Bárbara, en el que merece destacarse la talla de la titular, en la hornacina del centro, con los atributos iconográficos que la identifican y acompañada por las figuras de San Miguel y San Roque, en las calles laterales. La mazonería del retablo, de abultada talla, lleva columnas salomónicas en los extremos y, separando las calles centrales, bustos de figuras femeninas con frutas, a modo de cariátides. El conjunto está ricamente policromado. En el remate, sobre peana y bajo un arco profusamente decorado con motivos vegetales en relieve, se colocó un Ecce Homo. La escultura es de calidad, especialmente en el caso de la imagen de Santa Bárbara, aunque también en el de los santos que la flanquean. Es remarcable la talla del demonio que aparece bajo los pies de San Miguel, representado como ángel-soldado, por la expresión despavorida de su rostro monstruoso, que adivina el golpe que el santo está a punto de descargarle con su espada, en representación del eterno combate entre el Bien y el Mal.

 

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte

Casa del Escucha

Casa del Escucha

Casa del Escucha

Un singular edificio, con una acústica muy particular que le da el sobrenombre, que realmente es la conocida como Casa del Vergel, mandada edificar por el conde a finales del s XVI o comienzos del XVII.

Se cree que fue el conde de Argillo quien ordenó edificar la Casa del Escucha en mitad de la huerta. La casa debe su popularidad a la singularidad que le da nombre (“del escucha”): la sala abovedada tiene una acústica que permite oír la voz de esquina a esquina.

«La Casa del Vergel»

En una fecha indeterminada, pero que tuvo que ser hacia finales del siglo XVI o primeros años del XVII, Antonio Manrique de Lara, conde de Morata por su matrimonio con Ana Martínez de Luna, que era la que poseía el título por derechos de linaje, mandó construir «la casa del berjel de Morata», como se denomina en ese momento, situada «en su huerta o jardín», junto al molino. Por la descripción que se hace de la obra en el documento de contrato o capitulación de la obra, que se concertó con el maestro Pedro Negrete, de Brea, se deduce que se trata de la que hoy conocemos como Casa del Escucha.

En el contrato se estipulaba la construcción de una torre cuadrada de 56 palmos de anchura (de hueco, es decir, por dentro, sin contar con el grosor de las paredes) realizada «con toda perfección y conforme arte», con cimientos hondos y firmes, y sobre ellos cinco paredes, «las quatro forales y una medial», de buen grosor («una vara por todas partes»). El piso bajo sería de mampostería, «hasta enmaderar el primer suelo», que tendría de altura 28 palmos, y el piso alto «se proseguirá de tapia valenciana» 16 palmos de altura más, con pilares de ladrillo en las esquinas y un rafe o alero de seis o siete hiladas de ladrillo con su vuelo. La cubierta se manda hacer a cuatro aguas, con las bocatejas inferiores cerradas «por la seguridad de los vientos».

Todas las indicaciones sobre la obra debían ajustarse a «un rasguño» o diseño que tenía el conde, donde figuraba la disposición de las puertas, ventanas y salas de los dos pisos. Abajo se mandaba hacer una sala grande, cocina y aposento; y en los aposentos altos, con «su buen suelo de algez», «hará una chiminea donde más conviniere para la obra, y algunos almarios o alazenas que Su Señoría le pidirá».

Hacia la parte de adentro de la huerta, se tenía que hacer un fundamento para sostener unas pilastras con sus arcos, para hacer un corredor de 16 ó 18 palmos de alto, con su rafe. En el rincón de la torre debía ir una escalera de seis palmos de anchura para subir a la galería alta. En mitad «del aposento que sube la escalera y el corredor», se mandaba a Pedro Negrete hacer una capilla u oratorio, dejando puerta hacia la alcoba y cocina. La capilla debía ser del tamaño «de una que hay en San Cristóbal en la sacristía», haciendo su bóveda «como aquella o otra mejor que pareziere al dicho oficial», advirtiéndole que tenía que dejar lugar apto para poder colocar en ella un retablo.

Poco tiempo después, en otro documento que tampoco lleva fecha, se acordó llevar a cabo algunos cambios en la obra, que ya estaba empezada, entre otras cosas, respecto de «las quatro bentanas que miran hacia el molino, a retirarlas todo lo que sea necessario para que se pueda hacer la alcoba y oratorio».

(AHPZ, Sección Condes de Morata, P 2375, caja 37, varios legajos y documentos sin foliar)

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte